La tapicería de los Hechos de los Apóstoles (s. XVII) en el Monasterio de la Encarnación de Madrid
Con motivo del IV centenario de la culminación arquitectónica del Monasterio de la Encarnación de Madrid, fundado el 3 de junio de 1611 e inaugurado solemnemente el 2 de julio de 1616, se van a exponer en la nave de la iglesia, durante un periodo de ocho meses, dos tapices pertenecientes a la serie de los Hechos de los Apóstoles, que estuvo depositada en el Convento entre 1621 y 1842. Se trata de La predicación de San Pablo (en el lado de la epístola), y La muerte de Ananías (en el lado del evangelio).
La primera descripción conocida del Monasterio de la Encarnación de Madrid titulada, Vida de la Venerable Madre Mariana de San José,fundadora de la Recolección de las Monjas Agustinas. Priora del Real Convento de la Encarnación fue escrita por Luís Muñoz en 1645. En el libro IV, el autor describe pormenorizadamente el interior del recinto y los objetos artísticos más sobresalientes que lo adornaban. Entre las piezas más relevantes, menciona que “tiene la casa colgaduras necesarias para adornar la iglesia en todos tiempos. Una tapicería de lana y seda de la Historia de los Actos Apostólicos sirve la Navidad y Semana Santa”. Se trata de la serie de tapices de la Corona llamada “Los Hechos de los Apóstoles”, tejida en el siglo XVII, que se prestó al Monasterio para determinadas ceremonias litúrgicas. La serie fue encargada, posiblemente, por los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia a la manufactura bruselesa de Jan Raes y Jacob Geubles II, según cartones de Rafael, hacia 1620. Patrimonio Nacional conserva también la serie tejida en el siglo XVI (1560) y asentada por vez primera en los inventarios de Felipe II. Muñoz hace una relación muy exacta de los mecenas y donantes que tuvo la fundación, y en ningún momento refiere que Isabel Clara Eugenia los regalara al convento, como sí hizo con el órgano primitivo.
La serie tampoco consta en el inventario de 1673, ni en ninguno de los libros de cuentas del Monasterio. Solamente se vuelve a mencionar en un escueto apunte del inventario de 1842 con motivo de la relación que hizo Manuel Carnicero de todo lo conservado en el Monasterio, sujeto a extinción después de la desamortización, y con la comunidad exclaustrada. Se trata de 25 líneas contenidas en el folio 2v: “En un cuartito de la iglesia […] diecisiete tapices, los más de ellos en buen estado y sacados la mayor parte de cartones de Rafael, unos como de 26 cuartos de alto por 20 de ancho, otros como de 18 por 16”. En 1847 la orden de extinción fue revocada, pero los tapices se depositaron en el Palacio Real de Madrid: parte puede verse en el Salón de Columnas, destinándose otra parte para ornato de diferentes lugares y ocasiones.
Después de dar las medidas de los tapices, Carnicero describe los títulos de los 17 paños conforme a lo que él ve representado, y conforme a la interpretación que tradicionalmente ha dado la comunidad de monjas a las diferentes escenas, cuestión que en algunos casos difiere de los textos neotestamentarios: Hechos de los Apóstoles y Evangelio de Lucas, en los que se inspiran. Posiblemente fuera el citado Carnicero el que colocó en el reverso de cada una de las piezas una etiqueta con el nombre del Monasterio (completo o solo con una E), un número, y en algunas, el título del tapiz.
Es plausible que esta serie se enviara a la Encarnación, al estar habitado el Monasterio por una comunidad de monjas agustinas recoletas, y es bien sabido que desde muy pronto tomó cuerpo una estrecha vinculación entre San Pablo y San Agustín: es interesante notar que San Pablo es el protagonista de diez de los paños, y que Carnicero realizó un intercambio de personajes en el milagro del paralítico, nombrando a San Pablo junto a San Juan en lugar de San Pedro. Asimismo, los dos paños relativos a la quema de libros muestran claramente la fusión de las dos personalidades: el convertido San Agustín quemó los libros de los maniqueos, y los convertidos habitantes de Éfeso quemaron los libros sobre magia después de escuchar a San Pablo.
Estos tapices se usaban en la iglesia de la Encarnación fundamentalmente en Pascua, que es cuando se leen los Hechos de los Apóstoles como segunda lectura, y en las fiestas del resto del año en las que hay lectura de los Hechos en la Misa. Las Actas fundacionales dadas por Felipe III confeccionaron un calendario de celebraciones litúrgicas siguiendo el calendario ferial del arzobispado de Toledo, basado, a su vez, en la reordenación estipulada por Trento, al que se añadieron los intereses particulares de los patronos para señalar determinadas advocaciones, y la espiritualidad agustiniana: Enero: La conversión de San Pablo: vísperas y misa (día 25). Febrero: Santa Mónica: vísperas y misa (día 4); La conversión de San Agustín: misa (día 5). Junio: San Pedro y San Pablo: vísperas y misa (día 29). Agosto: San Agustín: misa (día 28). Segundo y tercer día de Pascua. Domingo “in albis”. Domingo “lactare”: (“sic” en el calendario, porque es un domingo de Cuaresma, y debe decir “Laetare”). La Ascensión: vísperas y misa. Vigilia del Espíritu Santo: oficios y misa. Pascua de Pentecostés: vísperas y misa. Los días siguientes a Pentecostés: misa. Domingo de la Santísima Trinidad: vísperas y misa.
La celebración de las fiestas y su ornato se acentúa en el libro de las ceremonias del Monasterio, en el que se indica que en la fiesta de San Esteban, en Pascua, y en las grandes fiestas del calendario, el adorno y solemnidad sean en grado sumo. Los tapices se colocarían en los dos balcones de la nave, en los balconcillos de los reyes y la corte (altar de San Felipe), y en el balconcillo de los eclesiásticos (altar de Santa Margarita).
Finalmente, cabe señalar una breve alusión a la obra de arte –en este caso unos tapices- como expresión de la relación existente entre la Biblia y las mujeres. La influencia de la Reforma Protestante y del Concilio de Trento se va a dejar sentir de manera particularmente notable en el mundo espiritual de las mujeres. Las mujeres católicas -como norma general- prolongaron la educación de Trento en el claustro, en la casa, y en las escuelas parroquiales, funcionando como un bloque más o menos uniforme (con sus matices) muy vigilado por la Iglesia. La realidad de las mujeres protestantes fue mucho más compleja y diversa, pero también estuvo radicalmente marcada por las normas emanadas de la Reforma en el siglo XVI, que se estructuraron férreamente en el XVII en cada una de las iglesias y sectas resultantes. Mientras que las seguidoras de la Reforma utilizan la Biblia como fuente de inspiración religiosa, las de obediencia católica se ven privadas de la Escritura, quedando obligadas a acudir a textos devocionales y hagiográficos. Esta relación con la Biblia, directa en unas e indirecta en otras, se manifestará en los programas iconográficos de los siglos XVII, XVIII y XIX.
Las normas de Trento implantaron una serie de controles férreos que impidieron el libre acceso a los libros. Estas normas enlazan con la línea ideológica del primer Índice de libros prohibidos de 1559 y con los sucesivos de 1612 y 1632. El pueblo en general quedó excluido de la lectura directa de la Biblia (no así los varones doctos). El conocimiento de la Escritura se realiza a través de los sermones, de una cuidadosa selección de textos insertos en libros devocionales y espirituales, por las citas de los misales y del breviario que estarán en latín, y por las estampas que ilustran los libros. Por tanto, el catolicismo mediterráneo se estructuró lejos de las fuentes directas de la fe. Esta misma atrofia de la dimensión literario-textual generó una sobreabundancia del elemento visual como mediación fundamental de la fe. La serie de los tapices de los Hechos de los Apóstoles es un claro ejemplo de ello: las monjas de la Encarnación han estado privadas del texto bíblico (ni en latín se han conservado ejemplares en su biblioteca, a diferencia de los monasterios portugueses e italianos), durante 350 años. Curiosamente podríamos decir que los paños de la Colección Real han activado una alternativa de acceso a la Escritura para las monjas del Monasterio de la Encarnación, de forma forzada, centrada en un aprovechamiento máximo de la dimensión icónica.