Retrato del rey Alfonso VIII (1155-1214), de rodillas, orando ante un libro abierto. Ciñe su cabeza una corona real; el rostro compungido, la mirada baja, en actitud de recogimiento. Une las manos, elevadas y despegadas del pecho, enfundadas en guantes blancos. Viste un riquísimo atuendo compuesto por una saya bordada en oro, con orillos dorados y flecos en las embocaduras de las mangas y en el bajo de la saya. Cubre los hombros con un mato rojo bordado en oro, abrochado con un fiador también dorado, todo él ribeteado por piel de armiño y una esclavina de la misma piel. Sobre el pecho, un riquísimo collar de oro y pedrería, estilo reyes católicos. Sus rodillas descansan sobre un cojín rojo con borlas doradas, semejante al que soporta el libro abierto. Un tapete de color azul con adornos geométricos cubre el reclinatorio.
El fondo sobre el que se recorta la figura sigue la disposición característica de los retratos reales de corte del siglo XVII. Un gran cortinaje rojo sobre la zona izquierda contrasta con el escenario arquitectónico de la derecha, con columnas y arquerías de medio punto, que confieren cierta profundidad a una escena tan estática.
Desconocemos el nombre del pintor de este retrato, que posiblemente sea el citado en 1665 por Antonio Lupián Zapata en su Epítome de la Vida y muerte de la reina Doña Berenguela primogénita del rey Don Alonso el Noble, cuando describe cómo era físicamente el rey “Un retrato suyo permanece en el altar mayor del Hospital del Rey en Burgos: Era de estatura más que mediana, de rostro hermoso, en quien sobresalía lo encendido; la frente, sin desproporción, abultada, el cabello de color de la barba, tibiamente negro, los ojos garzos, la nariz inclinada a grande, sin desmesura que ocasionara fealdad”. Esta pintura, con ligeras variantes, fue tomada como modelo para hacer el grabado que ilustra la biografía del rey, escrita en 1783 por el Marqués de Mondéjar. Cristóbal Villanueva lo pintó y Bartolomé Vázquez lo grabó. En la introducción del libro el marqués de Mondéjar dice: “El retrato del rey que va al principio, le ha comunicado con mucha generosidad y prontitud la Ilma. Sra. Doña Mª Teresa de Chaves, Abadesa del real Monasterio de las Huelgas de Burgos (1774-1777), copiado de uno de los mejores originales que se conservan en aquella Santa Casa Monumento eterno de la Religión y grandeza de nuestro D. Alonso.”
Tanto el retrato de Alfonso VIII como su pareja, el de Leonor, estuvieron hasta mediados del siglo XX en la iglesia del Hospital del Rey, dependiente del monasterio de las Huelgas y fueron colocados en la nave de Santa Catalina de la iglesia monacal. Tienen unos magníficos marcos del siglo XVIII, de gran desarrollo, con rocallas y cabezas de querubines doradas, de gusto rococó. En el siglo XIX las religiosas reprodujeron los retratos pictóricos en dos pequeños bordados (inv. 00653472 y 00653473).
Retrato de la reina Leonor de Inglaterra (1161-1214), esposa de Alfonso VIII. Ciñe su cabeza una riquísima corona real, en oro y piedras preciosas, al estilo de Isabel la Católica. Cubre el cabello con un finísimo velo transparente, que enmarca su sereno rostro en un óvalo. Recoge la toca sobre el pecho con un broche de pasantía estilo reyes Católicos. El tratamiento del rostro y las transparencias del velo recuerdan en cierto modo al retrato más conocido de Isabel la Católica de Juan de Flandes, que estuvo en la Cartuja de Miraflores y que probablemente pudo conocer el anónimo pintor burgalés que pintó el de la reina Leonor.
El vestido de Leonor se compone de corpiño rojo salpicado de adornos dorados y falda en gris plateado con elementos también en oro. Cubre los hombros con un elegante manto azul y ramos en oro. Une sus manos desnudas en actitud orante y sobre el cojín rojo descansa un libro abierto, dispuesto sobre un reclinatorio forrado con un tapete rojo y plata, haciendo pareja con el retrato de su esposo Alfonso.
El pintor ha utilizado los mismos elementos característicos de los retratos de corte: un lujoso cortinaje y un espacio interior arquitectónico, en este caso de tipo religioso, que nos induce a pensar en la iglesia del Hospital del Rey, donde se describe un retrato de la reina a finales el siglo XVII.
Retrato del arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada, de medio cuerpo, inscrito en óvalo. Tocado con mitra, viste capa pluvial y palio arzobispal; en su mano derecha sostiene el báculo rematado en forma de cruz, signo de autoridad, jurisdicción y gobierno propios del titular de la Sede Primada, rematado por una cruz flordelisada, semejante a la cruz de las Navas de Tolosa. Para la realización de este retrato Antonio Ponz se inspira directamente en la efigie del mismo personaje, obra de Juan de Borgoña (ca. 1470 – 1534), que figura en la Sala Capitular de la Catedral de Toledo formando parte de un conjunto de retratos de los primeros arzobispos toledanos.
Ximénez de Rada nació en Puente la Reina (Navarra) en 1170 y murió en Vienne (Francia) en 1247. Se educó en Bolonia y París, pasando después a formar parte de la corte del rey castellano – leonés Alfonso VII. En 1209 fue elegido Arzobispo de Toledo. Fue consejero del rey de Navarra Sancho VII y de los reyes castellanos Alfonso VIII y Fernando III el Santo, de quien fue canciller. Una de las misiones importantes que llevó a cabo Ximénez de Rada fue la de encargarse de las relaciones entre los reinos de España y el papado, especialmente en la lucha contra los musulmanes. Inició las obras de la catedral de Toledo sobre la antigua mezquita y consiguió la confirmación de la Primacía de esta sede. Su trabajo como historiador titulado “De rebus Hispaniae”, realizado por encargo de Fernando III el Santo, ha sido durante siglos referente para el estudio de la Historia de España. Escribió también "Historia arabum" y "Breviarium ecclesiae catholicae". En “De rebus Hispaniae” el propio Arzobispo narra su participación en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) contra los almohades. Su participación en la batalla está reflejada en la pintura mural de la iglesia del Monasterio de las Huelgas, realizada por Jerónimo y Pedro Ruiz de Camargo (siglo XVI).
Antonio Ponz, nacido en Bejís (Castellón), inició sus estudios de letras y filosofía en el Colegio de la Compañía de Jesús de Segorbe en el año 1736 y dos años más tarde se traslada a Valencia para concluir sus estudios de filosofía y teología. En aquel tiempo se decidió la verdadera vocación de Ponz por las Bellas Artes. Tras un periodo de aprendizaje como pintor en Valencia y más tarde en Madrid, estuvo pensionado en Roma hasta 1759. A su regreso recibió el encargo de trabajar en la recopilación de obras y reliquias de la Biblioteca de El Escorial y de hacer copias de retratos de los eruditos españoles cuyos escritos se encuentran allí custodiados. Estos cuadros estaban destinados a decorar el Salón de Manuscritos del Monasterio. En este conjunto se aprecia cómo la pintura de Ponz tiene más carácter documental e informativo que estético. Antonio Ponz es conocido principalmente como escritor ilustrado por su obra “Viage de España, en que se da noticia de las cosas mas apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella”, en dieciocho volúmenes, publicada en Madrid entre 1772 y 1794.
BIBLIOGRAFÍA:
El ejemplar de la Real Biblioteca de estas Memorias históricas del rey don Alfonso VIII, tiene la singularidad de haber formado parte de una biblioteca particular real, la que formaron don Fernando, Príncipe de Asturias [posterior Fernando VII] y sus hermanos los Infantes don Carlos María Isidro y don Francisco de Paula Antonio. El ex libris que escogieron refleja una tendencia cultural del coleccionismo librario del siglo XVIII, “la proprieté des Trois” está en la línea de los motto que, por ejemplo, las hijas de Luís XV de Francia usaban para diferenciar sus libros. En Valençay, donde Fernando, Carlos y Pascual Antonio permanecieron desde 1808 a 1814, su colección de libros se incrementó y se enriqueció con piezas que el mercado de anticuario francés ponía en circulación tras la disolución de grandes bibliotecas particulares a partir de la Revolución (1789). Durante el Sexenio democrático (1868-1874), al proclamarse la primera República en España (1873) se consideró que la Real Biblioteca debía desaparecer como tal. Sus fondos tuvieron dos candidatos, la Universidad Central y las Cortes. La decisión oficial recayó en este último destino y se procedió al sellado masivo de los libros antes de su salida. El golpe del general Pavía impidió su salida.
Las Memorias de las reinas católicas, historia genealógica de la Casa Real de Castilla y León representa en la densa obra de Enrique Flórez su perfil genealogista.
Su filiación a diversas academias –la del Buen Gusto de Zaragoza y la de Inscriptions et Belles Lettres de París- es un rasgo de esa curiosidad erudita que caracteriza a uno de los grupos ilustrados españoles, los nuevos humanistas, que hicieron avanzar la investigación sobre la historia nacional a través de sus trabajos sobre las fuentes históricas. Mayans y Siscar, Sarmiento, Nasarre o los Iriarte, pertenecen también a ese colectivo viajero y erudito que estudia monedas, monumentos, inscripciones, manuscritos, revisa antiguos textos, edita y reproduce obras inéditas que rescatan de catedrales –la de Toledo fue uno de sus centros de estudio favoritos- y de las bibliotecas –la del monasterio de El Escorial fue un lugar de trabajo privilegiado- Aunque los resultados no fueron siempre lo rigurosos que desde un punto paleográfico se hubiese deseado, dar a la luz pública una documentación tan amplia y tan rica, supuso un gran avance cultural.
Privilegio rodado de Alfonso VIII (1155-1214) a favor del Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas de Burgos por el que le adscribe a la Orden del Císter y le dota con diversos bienes raíces y beneficios bajo la exclusiva jurisdicción de la abadesa.
Nos encontramos ante un caso excepcional en la época, ya que más allá de la importancia de su adscripción a la orden cisterciense, destaca la concesión de una jurisdicción quasi episcopal nullius diócesis, sin dependencia directa de ninguna diócesis episcopal. Este alto grado de autonomía convirtió esta fundación real en uno de los señoríos monásticos más importantes de la Edad Media castellana, y con una gran influencia en el Reino. Íntimamente ligado a esto debe destacarse las importantes donaciones y privilegios que conllevaba el diploma fundacional. Así, se dota al Monasterio con numerosos bienes raíces en Burgos, que eran propiedad del rey, así como diversas heredades reales en otros términos (Briviesca, Hontoria, Castrojeriz, Bembibre, Pampliega, San Felices, etc.) con todas sus rentas y beneficios y sobre las que ejercía la citada jurisdicción civil y eclesiástica. Además destacan los privilegios de exención de algunos tributos reales como el montazgo o el portazgo. Esta donación inicial fue aumentada progresivamente por los sucesores de Alfonso VIII, extendiendo el Monasterio su señorío en Castilla sobre todo en el siglo XIII.
La institución del cenobio cisterciense en los alrededores de la ciudad de Burgos respondía al interés real por erigirlo como símbolo dinástico. De hecho el Monasterio se convirtió en el primer panteón real de la monarquía castellana, pero también en lugar de descanso y retiro de los miembros de la familia real, y sede de algunas de las ceremonias más importantes de la Corte castellana como la proclamación de Enrique I o Fernando III. Fruto de ese activo patronazgo regio fueron las numerosas donaciones y confirmaciones de privilegios y derechos que los monarcas llevaron a cabo a favor del Monasterio, pero reservándose la potestad de elección de la abadesa.
Es importante destacar la influencia de la reina Leonor de Plantagenet (1161-1214) en el establecimiento del Monasterio, noticia recogida en diversas crónicas castellanas, a pesar de que en el texto fundacional su papel sea meramente testimonial, respondiendo más a cuestiones formales que dispositivas. Otro tanto ocurre con las menciones a las infantas Berenguela y Urraca, a pesar de que en esa fecha la primera de ellas era la heredera de la corona castellana.
Desde el punto de vista diplomático este documento presenta las características propias de los privilegios reales, tanto en su estructura interna como sus caracteres externos, aunque sin llegar a la ornamentación policromada de sus elementos más característicos (crismón y rueda) a partir del siglo XIII.
BIBLIOGRAFÍA:
Alfonso X de Castilla (1221-1284), a instancias de su hermana la infanta Berenguela, que profesaba en el Monasterio, y de su propia hija Constanza, hace merced al Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas los vasallos, rentas y derechos reales en el término de Çilleruelo de Hannouequez, actual localidad de Cilleruelo de Abajo, a medio camino entre Lerma y Aranda de Duero. En esta concesión exceptúa las rentas reales referidas a moneda, justicia yantar y mineras, que se reservaba el monarca. Todos estos derechos incluidos en la donación habían sido comprados a Juan Pérez de Guzmán, señor de Guzmán y de Gumiel, y que figura en la segunda columna de confirmantes del documento.
Este tipo de concesión de mercedes y privilegios era muy usual en la Edad Media, y en el caso que nos ocupa no hace sino corroborar el fiel patronazgo real hacia el Monasterio de las Huelgas acrecentando su patrimonio, hasta lograr una sólida base económica, que lo convirtió en uno de los señoríos monásticos más importantes de la Corona de Castilla.
El fondo documental que conforma el Archivo del Monasterio de las Huelgas cuenta con un centenar de diplomas de privilegios rodados. Este tipo de documento era el más solemne emitido por la Cancillería castellana y se reservaban fundamentalmente a las donaciones o las confirmaciones de mercedes y privilegios concedidos por anteriores monarcas, a diferentes instituciones como concejos, monasterios, etc., pero también a miembros de la nobleza, siempre y cuando el beneficiario estuviese dispuesto a pagar los costosos derechos de cancillería que grababan la emisión de estos documentos.
La principal característica del privilegio rodado es es la rota o rueda que adopta el sello real, además del uso del crismón al inicio del documento, en este caso ambos policromados y las columnas de los confirmantes, entre los que se encontraban las más altas dignidades eclesiásticas así como miembros de la nobleza y altos funcionarios reales. Normalmente la validación del documento se llevaba a cabo mediante el signo real, en este caso representado por la citada rota, y el sello de plomo.
DESCRIPCIÓN DEL SELLO:
BIBLIOGRAFÍA:
Este libro manuscrito se conoce entre los bibliófilos y musicólogos como Códice Musical de las Huelgas. Contiene ciento ochenta y cinco piezas composiciones sacras en latín, compuestas entre los siglos XII y XIV, denominado repertorio del Ars Antiqua. Este arte musical antiguo se caracteriza por contener los siguientes estilos: motete, conductus, organum y secuencia, es decir composiciones musicales breves, con textos que pueden ser bíblicos y de lamento por la muerte de un ser querido. Cuatro de los conductus de este códice son planctus por la muerte de Alfonso VIII ( + 1214), la de su padre Sancho III ( +1158) , por la abadesa María González de Agüero (+1338) y por un personaje desconocido
El contenido del códice de Las Huelgas es siempre litúrgico, abarcando casi todas las formas musicales del momento. De hecho, alguna de las piezas incluso se explican como un fragmento destinado a la educación o la práctica de la "Schola cantorum" del monasterio.
Consta de 170 folios con foliación moderna, de principios del siglo XX, que va desde el folio 1 hasta el 169 repitiéndose el 124. Está encuadernado en madera de 1 cm. de espesor y recubierto de piel. El códice está articulado por 19 fascículos (cuadernos) de pergamino, mediante diferentes combinaciones (quiniones, quaterniones, terniones y bifolios), al igual que el resto de códices medievales. Contiene letras iniciales en color preferentemente rojo y azul, incluso se encuentran en color marrón, pero en menor grado.
Está escrito por varias manos. Una, la considerada como principal, copió los folios 1 al 152, mientras que otras ocho diferentes realizaron el resto de los folios. La mano principal puede que se corresponda con la figura de "Johannes Roderici" (esp. Juan Rodríguez). Este clérigo, además de ser el scriptor, transcribió la obra usando la notación mensural, hecho que ha facilitado la transcripción del códice y su comparación con la notación moderna. Este método de transcripción ha ayudado también mucho en la transcripción de otros manuscritos musicales, tanto españoles como del resto de Europa.
El códice, más que descubierto, fue identificado y valorado en su singularidad en 1904 por los monjes benedictinos del también monasterio burgalés de Silos, Luciano Serrano y Casiano Rojo, durante su programa de inventariación y estudio de códices gregorianos por las diferentes bibliotecas y archivos eclesiásticos y civiles de España. Fue dado a conocer en 1931 por el musicólogo catalán Higinio Anglés, que realizó un estudio crítico y aportó un facsímil del manuscrito.
El manuscrito fue copiado a comienzos del siglo XIV, hacia 1325, durante el abadiazgo de María González de Agüero (1319-1338). Se le reconoce la singularidad de ser el único manuscrito polifónico medieval que se ha conservado en su mismo lugar de origen en que fue creado o mandado compilar, y de hecho ha servido para la realización de los oficios divinos cantados de la comunidad de madres cistercienses de Las Huelgas.
Todas las piezas pertenecen al canto gradual y no al Antifonario; es decir, que debían interpretarse en la Misa, y no en el Oficio divino. Están representadas casi todas las secciones del Ordinario de la misa. El conductus-motete Agmina milicie celestis ( fol. 90v), en latín, tiene una melodía que proviene de la canción provenzal “L´autrier cuidai aver druda” y se interpretaba en la festividad de Santa Catalina”; este hecho pone de manifiesto las concordancias del repertorio del códice burgalés con la Escuela de Notre Dame de París y con otras más tardías, entre las que sobresalen el Códice de Montpellier, coetáneo del de las Huelgas.
El Códice Musical de las Huelgas es la principal fuente polifónica española del medioevo y sin duda uno de los principales monumentos de la música europea de la era del gótico.
BIBLIOGRAFÍA:
Es uno de los libros que la liturgia exige y por ello está siempre entre los primeros que se encargan por la comunidad religiosa. Contiene los textos y la música que se han de interpretar a lo largo del año litúrgico. Generalmente este tipo de manuscritos presentan una decoración suntuosa con grandes iniciales que no suelen llevar figuración, situadas generalmente al inicio de las festividades que se quieren resaltar. El miniaturista que ha ilustrado los textos y la música de este libro parce ser un monje cisterciense de origen francés, pero residente en las Huelgas, aunque también hay trazos de ascendencia musulmana.
Existen muchas variantes en las iniciales que componen esta obra. El conjunto se inicia con una A monumental enmarcada en un cuadrado donde se buscan las simetrías sobre todo eligiendo como el eje central el vertical que a por el punto medio de los lados. De dos flores de formas características que los ingleses llaman octopus leave (hoja de pulpo) que se ven asimismo en el Martirologio, surgen unos tallos que van creando una espiral en crecimiento y son devoradas al final por las bocas de dos dragones cuyos cuerpos forman los trazos de la A y terminan en largas colas, que a su vez son cabezas de boca devoradora. Enlazan las espirales superiores con otras dos menores y más bajas, repitiéndose todo en la zona inferior hasta completar seis hojas y seis espirales. Es difícil encontrar en toda la miniatura del entorno de 1200 una inicial tan monumental, compleja y rigurosa en su composición geométrica. Solo en Inglaterra existen algunas y también se ha querido encontrar alguna semejanza con algún ejemplo del monasterio portugués de Alcobaça.
La figura humana apenas existe en las ilustraciones y ene le único caso en que aparece es en especial peculiar. Se trata de una V teórica que parce una Q de la que a la derecha en bajo sale un tallo que termina en una cabeza humana de larga cabellera con rasgos marcados con líneas gruesas y de perfil, algo poco común en el románico pero que en cambio, lo es relativamente en los manuscritos que se vinculan a San Pedro de Cardeña.
Las iniciales son muy variadas, aunque repitiendo las espirales y las hojas de pulpo, motivos sin embrago muy comunes desde el tercer cuarto del siglo XII.
BIBLIOGRAFÍA:
Se trata de una Biblia incompleta, compuesta por 230 folios escritos a doble columna. En cuanto a su contenido, es una refundición de distintos textos bíblicos, dispuestos sin un orden preciso. Comienza con las profecías de Ezequiel a quien siguen Daniel e Isaías, pero a continuación se suceden algunas Epístolas de Pablo incompletas. Lo realmente inexplicable de momento es que en el folio 176, en la columna de la izquierda, termina la Epístola a los Gálatas, mientras en la derecha se inicia el Génesis con la imagen de una I de Cristo en pie. No se trata pues, de desorden, sino de copia defectuosa y parcial o de un intento distinto del normal de realizar una Biblia. Hay pequeñas diferencias entre unas miniaturas y otras, peor todas han salido del mismo taller, muy próximo al estilo del scriptorium que Santo Martino de León estableció en San Isidoro de la misma ciudad a finales del siglo XII, cuya actividad se prolonga en los primeros años del siguiente.
En esta Biblia hay cosido parte de un folio que pertenece al que debió ser el tercer volumen de una Biblia monumental románica, el primero de los cuales se conserva en la Biblioteca Provincial de Burgos. Este hecho plantea la duda de si los tres volúmenes estuvieron en las Huelgas. Las noticias de las que disponemos sitúan el primer volumen en Vileña, asimismo monasterio femenino, aunque nada impide pensar que a raíz de la exclaustración se llevara allí y los dos restantes quedaran en las Huelgas. Al disponer ya el monasterio de otra Biblia se consideró nueva la que entraba y antigua la que se guardaba con anterioridad.
Tiene un número reducido de iniciales miniadas, diez en total y es interesante observar cómo la configuración de las que se corresponden con los libros proféticos es distinta a la del Génesis o las Epístolas de San Pablo. En general las iniciales que abren los libros de los profetas se forman con la unión entrelazada o engolada de dos animales. En cambio, la única inicial del Génesis se logra empleando como trazo la figura en pie de Cristo Docente. Sin embargo hay mayor diversidad en la “P” inicial, que abre todas las Epístolas de San Pablo; el rasgo curvo suele ser un dragoncillo que muerde parte del rasgo vertical. En cuanto a los fondos interiores, el rasgo principal es el empleo del color dorado.
Lo común en las escenas de los libros proféticos es poner el retrato del autor, es decir del profeta en cuestión o algún elemento relevante de la profecía. En el libro de Daniel (fol 49) la narración se centra en el reinado de Joaquín en Judá y las hazañas de Nabucodonosor y por eso en la A inicial del texto se encierra la imagen del rey babilonio. El rey viste saya blanca, brial rojo y manto azul. Sobre la cabeza luce la corona de su dignidad real y sujeta una grana espada entre sus manos. En la Edad Media Nabucodonosor era considerado uno de los cuatro reyes más poderosos de todos los tiempos y así es representado en esta delicada miniatura.
BIBLIOGRAFÍA:
Consta de 220 folios y está protegido por cubiertas de madera forradas de piel, parcialmente desaparecida. El cierre se efectúa por medio de herrajes. El manuscrito se compone de las lecciones tomadas del Antiguo y Nuevo Testamento, salvo Evangelios y Apocalipsis, alas que se añaden algunos textos alusivos a los santos.
La escritura se presenta a doble columna con amplios márgenes, donde es frecuente encontrar anotaciones, recordando fechas señaladas. Desde el punto de vista caligráfico y cromático, destacan dos tipos de iniciales: las propiamente miniadas y otras, de menor tamaño y silueta monocroma, roja y azul alternando, con fondos o entornos ocupados por líneas estilizadas, de carácter vegetal o animado. Los textos introductorios de cada lectura indican la festividad, el autor y el capítulo del comentario y se resaltan utilizando tinta roja.
Se repiten ciertos elementos en la configuración del texto y en la forma de representar las iniciales. Se utilizan constantemente los animales bicéfalos o engolados, que adoptan las formas de las letras, combinados con animales en las franjas verticales; también se recurre a fórmulas concéntricas a modo de clípeos e incluso podemos encontrar la figura humana en algunos trazos de letras.
Las miniaturas ocupan generalmente un espacio propio y se hallan dentro de marcos que tienden a la forma rectangular. En el interior de las iniciales miniadas, se hace alusión al contenido del texto y solo en algunas ocasiones, aparecen iniciales meramente decorativas. Los temas vegetales y las formas geométricas abundan entre los motivos más desarrollados, pero también se hace uso de elementos animados como los cánidos, seres fantásticos como los dragones o las arpías y figuras antropomorfas. De las cincuenta iniciales miniadas, la figura humana decora veintiuna de ellas; unas veces se encuentra sola, otras acompañada de seres fantásticos, y solo en tres ocasiones se halla formando escenas históricas: la Lapidación de san Esteban, La presentación de Jesús en el templo y la Anunciación.
Aparecen seis personajes relacionados con la dignidad eclesiástica, portando báculo, bonete o capa tipo casulla y, solo en algún caso, anillo. Alguno de estos distintivos representan a San Pedro, San Benito y San Martín. Pero a veces la identificación es bastante problemática.
En el folio 116v aparece un monje tonsurado, con vestiduras blancas y báculo abacial en la mano izquierda, y en el texto se habla de San Bernardo. Aunque el monje no lleva nimbo de santidad, podríamos identificarlo con San Bernardo, canonizado en 1174. Como nota peculiar de este códice, entre los folios 80 y 89 los textos aluden a la fiesta de la Santa Cruz y se describe la batalla de las Navas de Tolosa, lo que indica que estos folios se añadieron después de 1212.
Por último, deben destacarse los personajes que representan sólo los bustos, pero sus manos se dirigen ostensiblemente al centro de la escena, como si fueran los presentadores de la misma. Aunque aparecen en un plano secundario, es bien patente su función de conexión con el centro de la imagen.
BIBLIOGRAFÍA:
El contenido del libro consta de seis partes: el Martirologio propiamente dicho (fol. 1-146), que incluye un calendario litúrgico, un abecedario caligráfico y una serie de textos sobre la vida y muerte de algunos santos; la regla de San Benito (fol. 147-199); un conjunto de Epístolas de los capítulos del cister (fol.199-203); el calendario cronológico que se inicia en tiempos de Adán y acaba en el año 1080; la primera fundación del cister (fol. 203-204) y el Liber de Santa María Cistercy, con los oficios y normas de la vida monacal (fol. 204-226).
Desde el punto de vista caligráfico y cromático, destacan tres tipos de iniciales: las propiamente miniadas; las de silueta roja o azul y entornos ocupados por estilizaciones vegetales y lineales en los mismos colores y de menor tamaño; y las de silueta monocroma en azul y rojo alternando, más pequeñas todavía.
El martirologio es un texto que se crea en los siglos tardorromanos y alcanza su forma definitiva en tiempos carolingios, modificado posteriormente por los cistercienses. La orden del cister añade en estos textos algunas vidas y enseñanzas de santos benedictinos altomedievales, singularmente abades cluniacenses y cistercienses, así como santos de trascendencia especial en el tiempo, como Tomás Becket, arzobispo de Cantebury y más adelante, Francisco de Asís y Domingo de Guzmán. En general la organización sigue el año litúrgico y se menciona brevemente a los santos en el día de su muerte que se califica de nacimiento referido al más allá. Al menos consta el nombre, la fecha y el modo en que sufrió la muerte.
El Martirologio de las Huelgas posee veintidós iniciales que se corresponden con el martirologio propiamente dicho, a las que se añadió otra cuando fue introducida la regla de San Benito. La primera inicia (fol 8) se corresponde con el 24 de diciembre, vigilia o víspera del Nacimiento de Jesús. Es una V que se adorna hasta con ocho figurillas de dragones y leones de los que destaca la cabeza muy repetida y el fondo que, como en los restantes ejemplos, es siempre azul profundo. La Virgen se muestra en un actitud un tanto bizantina: yacente, con la cabeza cubierta con un velo y la mano derecha sobre el rostro; mientras, san José tocado con un gorro puntiagudo, parece ajeno a la escena y al Niño, recostado sobre una copa a modo de altar, en un segundo plano. Acompañan la composición la mula y el buey, representados de forma poco realista, según la estética románica, y de los que solo se muestran sus cabezas.
En realidad el Martirologio de las Huelgas se convirtió en un obituario de la familia real y de las abadesas que lo rigieron. Siguió cumpliendo esta función al menos hasta 1379, siglo y medio después de que ingresara en el monasterio. Se desconoce el lugar donde se redactó e iluminó este manuscrito. Los paralelos con los que contamos nos llevan a la Inglaterra de 1202, algo que no nos puede sorprender, pues la fundación de las Huelgas se debe a la reina Leonor de Inglaterra y porque la influencia inglesa había llegado a la Península Ibérica bajo su patrocinio.
BIBLIOGRAFÍA:
Caja de planta rectangular sobre cuatro patas y con cubierta a dos vertientes, chapada con ocho placas, en cuya parte inferior falta una al centro correspondiente o la tapa abatible.
Al interior lleva una cruz de consagración roja sobre fondo amarillo. Es modelo muy común en los relicarios medievales, singularmente los lemosines, dada su similitud con templo y sarcófago.
En la placa inferior del frente aparecen a partir de la izquierda, un altar con hostia y cáliz sobre el que emerge entre nubes la mano divina bendiciendo hacia un obispo en pie de espaldas a él con cruz entre sus manos, en cuya cabeza descarga su espada el primero de dos caballeros que avanzan desde la derecha. Todos ellas van grabadas y doradas, incluidas sus cabezas de relieve sobrepuestas, como las de las restantes placas, destacando de un fondo azul sembrado de círculos o rosáceas de varios colores. En la placa superior sucede el entierro. El Cadáver amortajado reposa en un sudario sostenido por dos clérigos arrodillados ante un sarcófago d doble vertiente con franjas verdes. En segundo plano un abad revestido y con báculo oficia entre dos clérigos, el uno con la cruz y el otro con el ritual abierto, mientras otros dos a ambos lados muestran gesto dolorido. En las laterales hay sendas figuras de santos en pie con libro en la mano izquierda y la derecha al pecho, sobre fondo azul repartidas en cuatro espacios por bandas más claras con las consabidas rosáceas o círculos multicolores, que rellenan también las placas del reverso, recercadas por un azul celeste, mientas las dos anteriores lo eran con verde y amarillo.
Lo representado corresponde al martirio de Santo Tomás cantuariense, ocurrido en 1170 a instigación de Enrique II Inglaterra, y a su entierro, figurando lso apóstoles a los lados como testigos, de acuerdo a la costumbre medieval.
Se han recopilado nada menos que cuarenta y ocho ejemplares de tal iconografía en la obra lemosina, fechables entre finales del siglo XII y 1220. Esto prueba el impulso dado a la veneración del arzobispo e Canterbury, canonizado en 1173, por Enrique II y más por su mujer e hijos, como una manera de expiar el crimen. Así podría además promocionarse una industria artística en la ciudad, pues no en vano Limoges era la ciudad de Aquitania donde van a ser coronados sus duques-reyes de Inglaterra- desde su hijo Ricardo Corazón de León.
En las entregas de Felipe II al monasterio de El Escorial figuran varias reliquias de pequeño tamaño enviadas por la abadesa de San Zacarías de Venecia en 1573 y el maestre de San Juan de Inglaterra en 1596, pues Santo Tomás es el maestro de los toneleros, muy venerado en Venecia y en Inglaterra. En alguno de estos envíos debió llegar también la arqueta de esmaltes con los relieves alusivos al martirio del santo. Figuró en la exposición Internacional de Madrid en 1892.
BIBLIOGRAFÍA:
De forma rectangular, alma de madera recubierta con placas de hueso, tiene cubierta plana y cuenta con unas abrazaderas de forma también plana y de época posterior. Tanto la cubierta como los laterales presentan una serie de relieves con un programa iconográfico bien definido. En la tapa se reparten cinco placas separadas por listeles dobles, una vertical con el Pantocrátor, con nimbo crucífero, sedente en silla curul en actitud de bendecir con la mano derecha y con el Libro de la Revelación en la izquierda, entre el Sol y la Luna. A los lados, en placas horizontales, los símbolos del Tetramorfos dentro de círculos y parejas de arcángeles y santos. Recuadra todo un sogueado de dos cabos hechos de serpientes que se muerden la cola, de arte muy nórdico.
El frente presenta en el centro, en posición vertical la Crucifixión con Longinos y Estefatón y arriba el Sol y la Luna; a los lados en composiciones horizontales separadas por serie de circulillos u ocelos, la Invención de la Cruz y el Santo Entierro.
En los costados van círculos a modo de clípeos con medias figuras, trasunto tardío de las “imagines dipeatae” romanas, o arcos con figuras enteras. La parte posterior está dividida en cinco compartimentos, de los que dos tienen follaje y los tres restantes, bandas entrecruzadas.
El conjunto de placas que conforman esta arqueta puede parangonarse con otro muy semejante que se conserva desmontado en el museo parisino de Cluny ( 17050). También puede relacionarse con el ejemplar escurialense otra arqueta en el Glencairn Museum de Pensilvania, aunque sus relieves sean de marfil. Los relieves escurialense son algo toscos, muy planos y con un tratamiento muy lineal, propios de la época de ejecución.
Se trata de uno de los primeros ejemplares de arte mueble prerrománico español y de ahí su interés, a pesar de la rudeza del material y de la tosquedad de los relieves. Se estima que es obra de algún taller castellano que trabajase antes de la brillante etapa del reinado de Fernando I y Doña Sancha. Fue datada por el erudito Goldschmidt a finales del siglo X o comienzos del XI.
Hay constancia de que esta arqueta fue entregada por Felipe II al Monasterio de El Escorial en 1576 (Entrega 2ª, fol. 17): “Item en una arquilla de marfil de figuras nº 11. Las sa(c)tas reliquias que fueron sacada del monasterio de Hersuuy Hausen de la orden del cistel de la dicha diócesis que son las siguientes (...)”.
Estuvo guardada en el Camarín de Santa Teresa y en la Celda Prioral Baja, y fue exhibida como obra maestra en las exposiciones internacionales de Barcelona (1888) y Madrid (1892).
BIBLIOGRAFÍA:
La espada ha perdido parte de su riqueza original, aunque ésta es aún visible en la empuñadura y en la vaina de plata sobredorada. El pomo está parcialmente recubierto con retos de filigrana que originalmente cubría la totalidad del campo. En el centro ostenta un cabujón para pedrería y en el reverso ha perdido su decoración, peo los laterales aún muestran cartelas con flores de loto. El puño estaba decorado mediante labor de filigrana, al igual que el pomo, delimitada mediante bandas de flores de seis pétalos cinceladas que alternan con otras de siete pétalos inscritos en losanges. Estos motivos se repiten en los laterales del puño, cuya decoración del reverso se ha perdido. El arriaz, curvo, apuntado en el lado inferior arrematado en flores de tres pétalos, está decorado a buril sobre fondo a punzón. En el centro, sendos escudetes albergan un castillo en el anverso y un león en el reverso.
La hoja denota, sobre todo, su carácter ceremonial, ya que no se trata de un elemento de uso por su debilidad estructural. La hoja de esta espada de ceremonia es casi plana, con leve canal central delimitado por dos bandas punteadas que enmarcan círculos y semicírculos concéntricos. En su extremo inferior ostenta una gran cruz, que sólo podía estar en su posición natural cuando la espada era llevada con la punta hacia arriba. Esta posición era la empleada en actos ceremoniales, lo cual explicaría la presencia de la cruz que remata ostensible el canal. De esta manera, la espada podría ser convertida, gracias a la decoración de la hoja, en una suerte de cruz procesional.
BIBLIOGRAFÍA:
La vaina está formada por dos piezas de madera forradas de cuero cosido en el dorso, recubierta por cinco placas de plata sobredorada. Cada placa está delimitada por bandas con flores, siguiendo los patronos que decoraban los flancos del puño. El campo de la s placas está decorado con dos modelos de lacerías. El primer patrón se repite en la s placas primera, tercera y quinta, mientras que el segundo lo hace en la segunda y cuarta. Sobre todas se engastaban piedras preciosas y camafeos romanos. Todas las placas han sido recortadas y privadas de su decoración dorsal, visible únicamente en le dorso de la última placa, donde se muestran flores de loto buriladas y a punzón.
La primera descripción conocida de esta espada data de 1503, ya que se encontraba entre los bienes del tesoro real Trastámara que Isabel la Católica mandó inventariar por su secretario Gaspar de Gricio. En él fue objeto de una prolija descripción que permite conocer su aspecto original, adornada con amatistas, zafiros, perlas, corderinas, esmeraldas y topacios, hoy perdidos por el transcurso del tiempo. A ellos se deben añadir algunos camafeos romanos. Las placas de la vaina que soportan la pedrería debieron ser objeto de algún tipo de intervención entre los siglos XV y XVI, ya que durante el proceso de restauración de la misma se ha documentado la existencia de pequeños fragmentos de papel con escritura bajomedieval como soporte de los cabujones. La riqueza decorativa del conjunto motivó que en dicho inventario fuera considerada como la famosa Joyosa de Roldán, atribución fantástica que mantuvo hasta el siglo XIX.
Por orden de Felipe II fue trasladada desde Segovia a Madrid para que formara parte de la Real Armería, al igual que otros objetos procedentes del tesoro real del Alcázar segoviano.
BIBLIOGRAFÍA:
Acicates simétricos de ramas curvas, dotados cada uno de ellos con un ojal circular y otro rectangular para la fijación de las correas de sujeción. Conservan restos de plata dorada puntualmente visibles en superficie, indicando que originalmente respondían al aspecto dorado propio de las espuelas de los caballeros. Diez castillos decoran toda la superficie. Están trazados mediante puntos de plata en relieve y en su color, cuatro situados en cada rama, uno en la espiga y uno en la punta, a los que se añaden otros dos más en cobre dorado como hebillas. Cada castillo tiene tres torres, compuestas por hileras pareadas de tres puntos de plata levemente relevados. Bajo las torres se sitúa una puerta de plata dorada que destaca sobre la plata en su color. La decoración original estaba basada, por tanto en un esquema bicromo, con castillos de plata sobre un fondo dorado.
La presencia de castillos como único elemento decorativo indica claramente el origen real de estos acicates. Como es sabido, la sepultura de Fernando III el Santo fue abierta en diversas ocasiones entre los siglos XVI y XVIII. Según Gestoso fueron extraídos de dicha sepultura y enviados a alcázar de Madrid en 1677, seis años después de la canonización del rey. Posteriormente se custodiaron desde el siglo XVIII en el relicario de la Real Capilla, en una arqueta con los escudos de Fernando VI y Bárbara de Braganaza; según los inventarios de la capilla, aparecen consignados como “Ropas de San Fernando”. En 1883, Alfonso XII dispuso su ingreso en la Real Armería. Con todo, Julio González ha señalado que no están suficientemente documentados, pero tanto por cuestiones formales como estilísticas, no hay contradicción alguna entre su datación en el siglo XIII y la asociación con San Fernando (1201-1252). Aceptada esta última, la presencia exclusiva de castillos permite suponer que debieron ser forjados y/o decorados entre su coronación como de Castilla (1217) y la unión de dicha corona con el reino de León (1230).
BIBLIOGRAFÍA:
Conocido como el Bravo debido a su carácter, fue el segundo hijo del Rey castellano Alfonso X el Sabio y de Violante de Aragón, hija del rey aragonés Jaime I el Conquistador. Sancho tuvo una vida turbulenta, basada sobre todo en la difícil relación que tuvo con su padre, quien apoyaba que a su muerte fueran los descendientes de su hijo primogénito fallecido, Fernando de la Cerda, quienes le sucedieran en el trono en lugar de Sancho.
Finalmente tras el inesperado fallecimiento de Alfonso X en 1284, Sancho logra imponerse en el trono castellano, aunque su reinado no duró mucho pues murió en 1295, víctima de la tisis.
En 1947 a petición de un emisario del gobierno portugués, el Cabildo catedralicio decide apoyar la iniciativa del legado portugués para comenzar la búsqueda de la tumba del Rey portugués Sancho Capelo quien murió exiliado en Toledo en 1248.
No llegaron a descubrir la tumba del monarca portugués pero sí pudieron examinar el cenotafio de otro Rey, esta vez castellano, el de Sancho IV. Su cadáver momificado estaba envuelto en una rica colcha, portaba una espada y sobre su cabeza lucía una espectacular corona.
La corona consta de ocho eslabones o placas rectangulares articuladas, cuatro de ellas adornadas por zafiros, las restantes con otros tantos camafeos, representando cabezas talladas en marfil. En cuanto a los camafeos dos de ellos han podido ser identificados, uno como el emperador Augusto, el otro, debido a la piel de león que lleva, como Ónfale, en la mitología griega, Reina de Lidia y amante de Hércules; los otros dos parecen ser miembros de la familia Julio-Claudia.
Las placas están rematadas por una crestería en la que se repite la fachada de una Catedral Gótica, compuesta cada una por tres torres almenadas creando la sensación de observar castillos en vez de Catedrales.
BIBLIOGRAFÍA:
El ajuar del infante Fernando de la Cerda, enterrado en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, fue el único que permaneció intacto hasta la exploración del panteón que se llevó a cabo en 1943. Fue enterrado con un traje compuesto por saya encordada, pellote, manto y tocado, todo decorado con cuartelado de castillos y leones. Su ajuar se completaba con un anillo en su mano derecha, un bello cinturón, su espada, y unos acicates. Su cuerpo reposaba sobre varias almohadas en un ataúd de madera, forrado tanto al exterior como al interior con ricos textiles.
Esta almohada, recientemente restaurada, era la segunda de las almohadas en la que reposaba la cabeza del infante. En ambas caras presenta una decoración cuartelada: en una de ellas con figuras que ostentan atributos regios, y en la otra alternando leones, águilas, avecillas, y flores de lis. En la parte inferior hay un alfabeto en letra gótica seguido de la palabra VSEIN, que para Gómez Moreno sería el nombre del bordador árabe que elaboró esta pieza, a la que definió como “obra única entre las conocidas medievales”.
BIBLIOGRAFÍA:
Esta pequeña cofia, que pertenece al grupo de tejidos medievales conocidos como paños de arista, fue encontrada en la sepultura de Enrique I (+1217), hijo de Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra. Este tipo de tocado masculino se heredó del mundo militar, donde se usaba para recogerse el cabello antes de ponerse el casco. Las cofias podían ser de diferentes materiales, aunque normalmente eran blancas, sin adornos, y admitían otro tocado encima. En este caso, presenta una decoración de tipo heráldico a base de calderos, alusivos a la familia Lara. Aunque Gómez Moreno atribuyó esta cofia al infante Fernando, hijo natural de Alfonso X con María Guillén de Guzmán, más recientemente Faustino Menéndez Pidal la ha atribuido al propio rey, argumentando que cuando Enrique I murió, se hallaba bajo el amparo de los Lara, tutores del monarca.
BIBLIOGRAFÍA:
Fragmento de almohada bordada con seda roja sobre soporte de fibra vegetal. La decoración es de tipo geométrico: bajo tres líneas rectas se dispone una fila de motivos compuestos cada uno por cuatro pequeños cuadrados alternados con cruces.
Este fragmento, recientemente restaurado, se encontró en la sepultura perteneciente al rey Enrique I (+1217), hijo de Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra.
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Fragmento de almohada bordada con seda roja sobre soporte de fibra vegetal. La decoración, de tipo geométrico, alterna rectángulos con aspas, dispuestos en dos líneas paralelas. Este fragmento, recientemente restaurado, perteneció a una funda interior de la almohada de seda roja decorada con medallones de tapicería que apareció en la sepultura perteneciente a la reina Berenguela.
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Fragmento de almohada bordada con seda roja y negra sobre soporte de fibra vegetal. La decoración se compone a base de castillos que alternan el rojo y el negro, entre filas paralelas de elementos geométricos. Este fragmento, recientemente restaurado, apareció en la sepultura perteneciente a Fernando de Navarra.
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Fragmento de almohada bordada con seda roja y negra sobre soporte de fibra vegetal. Entre dos filas paralelas rojas, se disponen pequeños cuadrados de seda negra dispuestos geométricamente de forma romboidal. Este fragmento, recientemente restaurado, apareció en la sepultura de Leonor de Inglaterra, sobrepuesto a otro fragmento de almohada azul decorada con franjas amarillas.
BIBLIOGRAFÍA:
El ajuar del infante Fernando de la Cerda, enterrado en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, fue el único que permaneció intacto hasta la exploración del año 1943. Fue enterrado con un traje y un tocado, decorado con cuartelado de castillos y leones. Su ajuar se completaba con un anillo en su mano derecha, un bello cinturón, su espada, y unos acicates. Su cuerpo reposaba sobre varias almohadas en un ataúd de madera, forrado tanto al exterior como al interior con ricos textiles.
Su indumentaria se componía de tres prendas, que ejemplifican a la perfección la moda masculina del siglo XIII: una saya encordada, que quedaba ajustada al cuerpo mediante una cuerda situada en el costado izquierdo; un pellote de grandes escotaduras laterales; y un manto forrado de piel que se sujetaba por medio de cuerdas. Todas las prendas están adornadas con decoración de heráldica de escudos con castillos y leones.
Este fragmento triangular del traje se había catalogado como correspondiente a la saya del infante, hasta que en 2010 Lourdes de Luis demostró que correspondía a una de las esquina del manto.
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Guantes litúrgicos pertenecientes al arzobispo Rodríguez Jiménez de Rada (+1247), provenientes de su sepultura en la abadía de Santa María de Huerta (Soria). Fueron restaurados por Socorro Mantilla de los Ríos. Ambos son inconsutiles, es decir sin costuras, y su decoración está formada por pequeños rombos, salvo el dedo índice de la mano izquierda, en donde aparecen pequeñas líneas dispuestas en un doble zig-zag; y el dedo corazón de la mano derecha, en donde se aprecia una decoración de damero. La parte inferior de los guantes, según describió Socorro Mantilla en el informe de restauración, va adornada con una cenefa de tres bandas de rombos y líneas en zig-zag, que enmarcan otra de fondo rojo con pájaros afrontados en torno al árbol de la vida. En el guante derecho se representa además la figura del Agnus Dei, ya que con esta mano el obispo impartía su bendición.
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