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Diego Hurtado de Mendoza
Diego Hurtado de Mendoza fue un poeta y diplomático español. Nació en Granada a principios del siglo XVI y tuvo una infancia privilegiada. Su padre, primer marqués de Mondéjar , dio especial importancia a la educación de sus hijos. Hurtado de Mendoza estudió en Granada y Salamanca y dominaba el latín, griego, hebreo, árabe y varios idiomas europeos.
Como diplomático, fue embajador en Roma, Venecia, en la corte del rey Enrique VIII de Inglaterra y en el Concilio de Trento. Los siete años de su embajada veneciana coinciden con el período de crecimiento más rápido de su biblioteca. En 1568, tras una trifulca en palacio, Felipe II decidió desterrarle. Cinco años más tarde, para lograr el perdón del monarca, Hurtado de Mendoza le regaló su colección al rey.
Hurtado de Mendoza fue amigo de Santa Teresa de Jesús y, en su faceta de poeta, introdujo características de la lírica italiana en la poesía. Hay numerosas teorías que apuntan a que la conocida obra precursora de la novela picaresca, Lazarillo de Tormes, es en realidad obra suya.
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Conde de Gondomar
El conde de Gondomar, Diego Sarmiento de Acuña (Astorga, 1567 – Haro, 1626), reunió una de las mejores bibliotecas del siglo XVII. Desempeñó varios cargos como diplomático en el extranjero, entre los que destaca el de embajador en Inglaterra en la corte de Jacobo I de quien fue amigo personal.
Durante su juventud fue el encargado del mando militar de la frontera portuguesa y la costa gallega, defendiendo A Coruña del ataque de Sir Francis Drake. Tras sus años en Inglaterra, terminó su carrera como diplomático en Viena.
Erudito y bibliófilo, reunió los ejemplares de su biblioteca privada sobre todo durante sus años en el extranjero. Fue su descendiente, el marqués de Malpica, quien cedió la colección al rey Carlos IV.
Fotografía: Concello de Gondomar
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Nicolás de Azara
José Nicolás de Azara, marqués de Nibbiano, fue diplomático y mecenas, y un importante coleccionista. Nació en Barbuñales en 1760 y murió en París en 1804, donde había sido embajador. Durante el reinado de Carlos III, fue destinado a la embajada en Roma donde estuvo más de 30 años. Durante su estancia en la capital italiana como diplomático, se firmó la Paz de Basilea y, cuando estuvo en Francia, la Paz de Amiens.
Azara era un gran aficionado a los libros y en Roma formó una biblioteca con ejemplares de temas muy variados. Ayudó a su protegido, el encuadernador Giambattista Bodoni, a darse a conocer en Europa y junto a él emprendió un proyecto para imprimir ejemplares de autores clásicos latinos.
Aparte de a la literatura, Azara también era aficionado a la pintura y a la escultura. Logró formar una importante colección de retratos griegos, arte antiguo y pintura. Destacan los cuadros de Murillo, Velázquez, Ribera, Goya y Mengs, artista este último a quien apoyó como mecenas.