Carlos IV adquirió desde su juventud un importante conjunto de relojes destinados a decorar las residencias regias. Uno de sus mayores proveedores fue el marchand-mercier François-Louis Godon, que vendió a los monarcas un elevado número de piezas, algunos de ellos firmados por él y otros, por los relojeros franceses Furet, De Belle y Bourdier. Al mismo tiempo, otros relojeros como Lépine y Abraham Louis Breguet enviaron a la Corte española ejemplares de sobremesa y, sobre todo, de bolsillo. Los reyes continuaron adquiriendo relojes durante los años de exilio en el Palacio Barberini de Roma, que legaron a su hijo Fernando VII.