En el siglo XVII se configura una nueva identidad nacional. Forma parte de ella un singular fenómeno cultural, el sarmatismo, basado en la creencia de que los polacos –sobre todo los nobles– procedían de los sármatas, belicosa tribu que poblaba la región en la Antigüedad.
Ya a finales del siglo XVI empieza a formarse un gusto artístico genuinamente polaco, de fuerte influencia oriental, que se refleja, sobre todo, en la rica decoración de las residencias nobiliarias con textiles persas y turcos. No obstante, se conservan, sobre todo en los retratos, los modelos occidentales, italianos y flamencos, que se adaptan a la estética sarmatista mediante la inclusión de símbolos de poder y suntuosas vestimentas.