En la cultura sarmatista los rituales funerarios desempeñaban un papel de gran importancia.
Para las exequias de los nobles más poderosos y caudalados –los magnates– se erigían en las iglesias grandes catafalcos lujosamente decorados, los llamados castra doloris, que rodeaban al féretro con una amplia composición de carácter dramático. La nobleza media, que no podía permitirse tan costosa ostentación, encargaba retratos más modestos, los llamados retratos de ataúd, que son una manifestación artística exclusiva de la Polonia de los siglos XVII y XVIII. Estos retratos, de forma hexagonal u octogonal, se disponían en el féretro durante la ceremonia; posteriormente, se colocaban junto al escudo del difunto en una placa ovalada que se colgaba en la pared de la iglesia. Destaca en esta sala un lienzo de grandes dimensiones, "La danza de la muerte", excelente representación de un tema tratado con frecuencia en la época, la inevitabilidad de la muerte.