Mitra cubierta de escenas de la Pasión y Resurrección de Cristo, realizadas en mosaico de plumas de aves tropicales. Llega al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial en 1576 por orden de Felipe II. Existen seis obras paralelas a esta mitra, siendo la más parecida la que se conserva en el Museo degli Argenti de Florencia. El resto se custodian en la Hispanic Society of America de Nueva York, Lyon, en el Museum für Völkerkunde de Viena, en la Catedral de Toledo, y en la Veneranda Fabbrica Duomo di Milano.
En la sociedad de la cultura azteca, en época anterior a la conquista, gustaban de lucir ricos ornamentos elaborando auténticos mosaicos de plumas de colores. Los tocados, abanicos, y escudos hechos con estos materiales se representaron en los Códices, y los artesanos especializados en la manufactura de este tipo de obras, llamados amanteca, fueron muy valorados. Los centros más importantes del trabajo de la plumería en el valle de México fueron Tlatelolco, Tezcoco y Huaxtepec. La materia prima fueron las plumas de pájaros exóticos y de colores delicados precedentes de los bosques del sur de México y de Guatemala. Las plumas más valoradas fueron las del quetzal, hoy prácticamente extinguido, ave que proporcionaba plumas de tanta belleza, que la propia palabra “quetzal” vino a significar precioso.
La rareza y finura de estas obras hicieron que se valoraran tanto como se apreciaban los trabajos de oro, plata o jade, y tras la conquista fueron unos curiosos objetos exóticos para enviar a Carlos V, distribuyéndose luego por las cortes europeas. La valoración que dieron los españoles a este arte se pone de manifiesto en el hecho de que la artesanía plumaria persistió tras la conquista, adaptándose a las temáticas y motivos del catolicismo dominante. Las piezas que han sobrevivido, y en concreto las mitras, son ejemplos de lujo de un arte precolombino excepcional, realizadas con la misma técnica empleada en el Posclásico Tardío pero reinterpretada a través de la estética cristiana occidental por los artesanos indígenas, ya aculturados, pero que no habían perdido su habilidad.