Alfombra bordada en técnica llamada de “aplicación” o de “repostero” con terciopelos de seda de colores sobre fondo de terciopelo de seda carmesí e hilos entorchados de oro, en una marcada labor española que se encuadra en la desarrollada por obradores de bordado entre los que destacó el fundado en el Monasterio de El Escorial por Felipe II. Los tejidos se van recortando con la forma de los motivos decorativos deseados y se van aplicando por medio del bordado sobre otro tejido que sirve de base, componiéndose de esta forma la totalidad de la obra. En este caso, los adornos vegetales se mezclan con tarjas en un diseño muy característico del cambio del siglo XVI al XVII, en el estilo de los creados por artistas como Hans Vredeman de Vries y Wendel Dietterlin y que fueron clave en el desarrollo de las artes decorativas europeas al ser ampliamente difundidos por medio de grabados. El hecho de que fuera de enormes dimensiones y al tratarse de una alfombra bordada y no de nudo la caracterizó en su día como una obra muy poco común y enormemente apreciada, lo que acrecentaba notablemente su valor, alcanzando tasaciones en los inventarios de los siglos XVII y XVIII que superaba con creces incluso el valor de pinturas de artistas tan renombrados como Tiziano. De hecho, en crónicas que relatan hechos históricos de importancia desarrollados en el antiguo Alcazar de Madrid, queda reseñada como pieza de enorme atractivo artístico.