Como «Cristo vivo» en la denominación italiana, esta mag nífica escultura del crucificado expirante presenta su cabeza hacia arriba levemente ladeada a la izquierda, ceñida por corona de espinas de entrelazado ancho, minuciosamente trabajada. Sus ojos, con el iris inciso en la córnea y la pupi la en color oscuro, elevan su mirada hacia el cielo, bajo cejas altas marcando el arco ciliar con un ligero entrecejo. De nariz correcta, dilatadas las fosas nasales, entreabre su boca bajo bigote de muy escaso relieve y largas guías, con barba corta partida al medio de cuidadosos rizos. Una ondulada melena sobre el hombro a la izquierda y retirada a la espal da a la derecha enmarca el fino óvalo.
De torso largo bellamente modelado, representa una ana tomía clasicista en la que no aparecen señales del martirio, como la lanzada o restos sangrientos. Muy por debajo de la cintura ciñe a sus caderas un paño de pureza de pliegues naturalistas remetidos al frente en un bullón y sujeto a la derecha por una doble soga que recoge un grueso nudo de tela y deja al aire los pliegues del lienzo rematado con una greca de onditas.
Sus brazos, piezas añadidas por condicionamiento de la pieza de marfil, se elevan sobre la horizontal y sujetan sus manos, de dedos tallados con minuciosidad y ligeramente contraídos, con bellos clavos de bronce dorado. Sus largas y esbeltas piernas sujetan sus pies con un solo clavo.
El dorso de la figura presenta un modelado mucho más sumario, cubierta la parte inferior del cuerpo con el largo paño de pureza.
En conjunto, destaca la serenidad de la figura con apenas movimiento y cuya expresión indica suavemente el sufri miento, algo que, como se advertirá, quizás indique una cronología más tardía que la sugerida por reflejar una cier ta tendencia a las nuevas corrientes neoclasicistas. Difiere levemente de los expresivos Cristos barrocos del siglo XVII, de su misma tipología.
Las fuentes escritas que se han ocupado de esta fina escul tura han proporcionado datos indirectos que han permitido localizar su procedencia de Italia, probablemente de Roma, puesto que se sabe que fue regalo del papa, posiblemente Cle mente XIV, a Carlos III, que al parecer lo donó de inmediato a la iglesia del Real Convento de San Pascual de Aranjuez.
Fuente: Margarita M. Estella Marcos en Carlos III. Ornato en los Escenarios del Rey Ilustrado.