Cristo muerto llorado por dos ángeles
Charles Le Brun
Descripción
Atribuido tradicionalmente a Caravaggio (1571-1610), y después a Guercino (1591-1666) y a Pietro Testa (1611-1650), y más tarde se inventarió como «Original de Anónimo italiano, pintor». A raíz de una visita a Aranjuez el 21 de febrero de 2003 el autor de la presente ficha lo identificó como obra de Charles Le Brun.
Semejante al tema de la Pietà, habitual en el siglo XV, en el que la Virgen sostiene sobre las rodillas el cuerpo de su hijo, este de Cristo muerto llorado por ángeles encaja dentro de la sensibilidad contrarreformista del siglo XVII. Sirve de apoyo a la meditación del devoto sobre la Pasión de Cristo, cuyo cuerpo, tras el suplicio, no está rodeado de presencia humana: «Jesús solo tiene cerca de él a los ángeles. Parece que solo el cielo pueda llorar dignamente la muerte del Hijo de Dios».
El cuerpo de Cristo se halla tendido sobre un sudario blanco que cubre dos losas de piedra, de las cuales la más elevada sostiene el torso y la cabeza; el brazo derecho, doblado, cae en primer plano; y la mano reposa, como el resto del cuerpo, sobre la losa inferior. En torno a la cabeza hay dos ángeles: uno contempla el rostro de Cristo mientras eleva una esquina del sudario; el otro, retirado hacia la sombra, tiene las manos juntas y llora. El lugar parece ser una cueva —la del sepulcro de Cristo— y, a pesar de la oscuridad del fondo, se distinguen algunas hojas, una coraza y una alabarda abandonadas por los soldados romanos encargados de vigilar la tumba y que se han ausentado. El plato de metal dorado que recibe la sangre está colocado a los pies de Cristo.
La sangre de la frente, la oreja y la nariz de Cristo, mancha el paño de pureza y también, en algunas partes, el sudario, sobre todo debajo de la llaga del lado derecho; pero ha desaparecido de las manos, que han adquirido el tono violáceo de los cadáveres. La parte superior del cuerpo, desangrada, es más pálida que las piernas. En contraste con el blanco plateado y frío de la sábana, la carnación se ha tratado con un tono crema, espeso en las zonas más claras, que se atenúa y transparenta una capa oscura inferior según lo requiere el modelado y la palidez cadavérica. El rostro, caído hacia atrás, está iluminado a medias y el pincel se vuelve incisivo en los breves trazos de las luces y en el tratamiento del cabello y la barba morenos, realzados con reflejos castaños y ocre amarillo.
Esta impresionante visión de Cristo muerto, de tamaño natural, emana una sensación que se ve reforzada por el intenso contraste de sombra y luz que en su día sugirió los nombres de Caravaggio y Guercino.
El nombre de Charles Le Brun se impone. El joven pintor había sido enviado a Roma por el canciller Pierre Séguier, mediante una estancia impuesta, regresando sin su permiso a finales de 1645, finalizando en 1646, en Lyon los cuadros que había empezado en Roma para esa ciudad.
Con la influencia de Carracci, el Cristo muerto llorado por dos ángeles testimonia la experiencia romana de Le Brun, que no reniega por ello de la deuda hacia su maestro Simon Vouet (1590-1649), del que mantiene el gusto por las formas amplias, las carnaciones en blanco cremoso y el plisado del paño de pureza.
La presencia en España (hasta la fecha el único original de Le Brun) del Cristo muerto llorado por dos ángeles, plantea la cuestión de su procedencia. La hipótesis de un encargo español al pintor durante su estancia en Roma nos pareció, en un principio, atractiva. Ahora bien, el cuadro proviene de la colección de Carlos IV, con su marco característico, y no parece haber aparecido en las Colecciones Reales antes del inventario realizado a la muerte del rey en 1819: así pues, se trataría de una adquisición de este último, efectuada durante su exilio, que transcurrió en Francia (1808 a 1812) y en Roma (1812 hasta su muerte). El cuadro podría haberse adquirido en Roma, donde creemos que fue pintado, pero no puede descartarse Marsella, ciudad en la que Carlos IV vivió tres años y medio, y en la que se conserva una copia del cuadro de Aranjuez. Sean cuales sean las respuestas a estas cuestiones históricas, lo esencial es la reaparición de uno de los más bellos cuadros del joven Le Brun, una conmovedora obra maestra cuyo primer destinatario todavía no se ha identificado.
Fuente: Sylvain Laveissière, en De Caravaggio a Bernini. Obras Maestras del Seicento Italiano en las Colecciones Reales (Catálogo de la exposición)