Godofredo de Bouillon, en el Monte Sinaí
Federico de Madrazo y Kuntz (1815-1894)
Descripción
Tras realizar en 1838 para la Sala de las Cruzadas del Palacio de Versalles por encargo del rey Luis Felipe el lienzo Godofredo de Bouillón proclamado rey de Jerusalén, y atraído por la figura de su protagonista como personaje destacado de la historia medieval de Francia, Federico de Madrazo decidió pintar además durante su segunda estancia en París otro pasaje de la vida de este héroe de las Cruzadas, en el cuadro de composición más monumental de cuantos realizara el artista a lo largo de toda su vida. Su asunto es descrito en una elogiosa prosa decimonónica por el cuñado y primer biógrafo del pintor, Eugenio de Ochoa: "Las figuras son algo mayores del natural: son tres, el héroe y dos ángeles, aquel arrodillado en la cima del monte Sinai, y éstos apareciéndose en los aires, en medio de una gloria y entre diáfanas nubes, en actitud de mandarle en nombre del Señor que guie y rija el pueblo de Dios. La composicion tiene pues toda la grandeza y sobriedad propia del asunto; verdaderamente es aquella una vision sobrenatural, una escena misteriosa y sublime, una íntima comunicacion entre la criatura y el Criador. (...) Entre el grupo de ángeles y Godofredo se descubre una vastísima llanura parecida á un desierto arenal, abrasado por el ardiente sol de Palestina; la imaginacion se complace en vagar perdida por aquellas inmensas soledades llenas del espíritu de dios. Godofredo viste una sobre veste de color verde oscuro sobre una cota de malla, ciñendo sus caderas un rico cinturon de pedrerias, de que pende una larga y ancha espada. La actitud de esta gran figura histórica es admirable por su naturalidad(...): el artista comprendió admirablemente su personage. Verdadero tipo de aquellos fieros varones de la edad media, fuertes como robles, bravos como leones de guerra, mansos como corderos delante de las cosas sagradas, grandes y semi bárbaros al mismo tiempo. Todo esto se lee en aquel severo perfil, en aquellas manos duras y callosas, en toda aquella contestura herculea: la fuerza física, primera cualidad entonces del guerrero, campea aquí en todo su desarrollo. El héroe es y debe ser un jayan. Godofredo está arrodillado por un movimiento religioso ó espontáneo á la vista de aquellos celestes mensajeros, con los brazos caídos, todo absorto en aquella divina contemplacion y distante de todo pensamiento mundano: su cuerpo se halla iluminado por la luz que recibe de los ángeles (...) (que) son dos figuras bellísimas, de una belleza incomparable, pero no debo ocultarlo, de una belleza meramente humana, en mi concepto: el ingenio de Federico no habia esperimentado todavía la tercera transformacion que le aguardaba en Roma".
Ya el 10 de marzo de 1838, sin concluir todavía su obra para Versalles, Federico de Madrazo estaba bosquejando su nueva composición, presentando ambos lienzos con el mismo protagonista al Salon de París del año siguiente, cuyo catálogo incluía un breve comentario sobre su argumento, extraído de la Historia de las Cruzadas de Michaud: "Una tercera persona había visto sobre el monte Sinaí al héroe cristiano saludado por dos mensajeros divinos, y recibiendo la misión de conducir y gobernar el pueblo de Dios". Un sector de la prensa francesa valoró positivamente el cuadro, mientras otros comentaristas, como Merimée, lo criticaron con dureza, basando sorprendentemente su argumentación en un deseo de imitación frustrada de la estética de Murillo.
Una vez terminado el lienzo, y decidida ya su marcha a Roma, Federico intentó venderlo para costearse el viaje y desembarazarse de tan enorme cuadro, que no había tenido comprador a pesar de haber sido recompensado en el Salon parisino con una medalla de oro de 2ª categoría. Finalmente fue adquirido por el rey Francisco de Asís en 1846 junto con Las Marías ante el sepulcro (Nº Inv. 10021258) como regalo de bodas para su esposa Isabel II.
Este monumental lienzo constituye una de las cimas de la escasa producción histórica de Federico de Madrazo, además de ser obra especialmente destacada del género en la pintura española de primera mitad del siglo, a gran distancia de lo que por entonces se pintaba dentro de nuestras fronteras. Contaminado de la grandiosidad y el colorido de la escuela francesa y experimentado por sus anteriores incursiones en el género, Federico de Madrazo ensayó en esta composición, -a caballo entre la pintura de Historia y el cuadro de altar-, la combinación ideal del academicismo a la manera de Ingres, del que había quedado fascinado desde su primer viaje a París, y con el que concibió las figuras etéreas e ideales de los ángeles, junto al vigoroso realismo de la tradición española, con que está resuelto el personaje del cruzado, de enérgicos empastes, que contrastan con la factura tersa, de extremada delicadeza y lisura, de la aparición celestial. Centrado todo su interés en las figuras, que abarcan el protagonismo absoluto del lienzo, Madrazo apenas deja espacio para el desarrollo del paisaje, de extrema simplicidad, justificable al tratarse de un desierto, vislumbrándose en la lejanía el curso del río Jordán.
Ficha técnica
Bibliografía
DÍEZ, J.L.- Federico de Madrazo y Kuntz (1815-1894). (Cat. Exp.). Madrid, Museo del Prado, 1994, pp. 157-163, cat. nº 11